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Sin miedos, ni escondites

Por Harold Segura

Juan 20:19-23 (NVI)

“Al atardecer de aquel primer día de la semana, estando reunidos los discípulos a puerta cerrada por temor a los judíos, entró Jesús y poniéndose en medio de ellos, dijo: —¡La paz sea con ustedes! Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Al ver al Señor, los discípulos se alegraron.

—¡La paz sea con ustedes! —repitió Jesús—. Como el Padre me envió a mí, así yo los envío a ustedes. Acto seguido, sopló sobre ellos y les dijo:

—Reciban el Espíritu Santo. A quienes perdonen sus pecados, les serán perdonados; a quienes no se los perdonen, no les serán perdonados”.

La venida del Espíritu había sido prometida por Jesús durante los días de su ministerio y afirmada después de su Resurrección. La verdad es que, como nos hubiera podido pasar también hoy, los discípulos y discípulas lo escucharon hablar de la promesa, pero poco o nada entendían acerca de su significado, su lugar y las circunstancias en que se cumpliría.

En el Cuarto Evangelio, por ejemplo, el anuncio de su venida se hace en un contexto de miedo y de sigilo. Los discípulos se habían refugiado en una casa por temor a los judíos (20:19) y desconcertados ante la muerte del Maestro. La duda rondaba la habitación y, ante ese desolador cuadro, se apareció Jesús para ofrecerles paz, consuelo, además de enviarlos al mundo con una misión de paz y reconciliación (20:22). 

En este Evangelio se prefigura lo que se planificará en el Pentecostés (Hch.2:1-4). Desde ya, Jesús expone, por medio de acciones y palabras, su enseñanza acerca del fin y propósito de la venida del Espíritu. 

El Espíritu es la respuesta de Dios a nuestros miedos; Él es, por definición, Espíritu Consolador (14:26). Los temores de los discípulos, son entendibles: el Maestro había muerto de manera inesperada, aunque muchas veces anunciada por Él mismo. Ante su muerte, el desconcierto se apoderó de ellos y, en medio de sus sustos, huyeron y se refugiaron en grupo en el lugar que describe este Evangelio. 

El consuelo del que vino en el Pentecostés es tan necesario entonces como lo es hoy. Nuestros miedos pululan. ¿A quién no le atemorizan los nuevos signos de violencia extrema que resurgen en nuestro tiempo? Los fanatismos, de los fundamentalismos religiosos y de los progresismos ideológicos, son muchos. Los populismos, de derecha y de izquierda, crecen. Y ante lo que puede atemorizarnos, aparece la tentación de encerrarnos bajo el abrigo de la pequeña comunidad de fe. 

Nada qué temer. Ninguna excusa es válida para reducir la misión al reducto de la minúscula comunidad de hermanos y hermanas. Después del Pentecostés, nada mejor para los miedos, que acogernos al consuelo del Espíritu y, consolados por Él, aceptar el envío del Padre (20:21). El Pentecostés es la fiesta que cura nuestros miedos y revitaliza la Misión.

Harold Segura (Colombia-Costa Rica)

Teólogo y pastor, Director del Departamento de Fe y Desarrollo de World Vision para América Latina y el Caribe. Profesor universitario, conferencista internacional y escritor de libros a acerca de la misión de la iglesia, liderazgo, niñez y espiritualidad.