Esta temporada navideña llega en medio de una violencia y un sufrimiento indescriptibles en el Oriente Medio y en muchos otros lugares del planeta. La guerra, los sistemas políticos y socioeconómicos opresivos, las enfermedades y las migraciones forzadas, y otras fuentes de destrucción y muerte siguen definiendo la realidad de decenas de millones de personas en todo el mundo. Al mismo tiempo, muchos aspirantes a salvadores y autoproclamados mesías prometen traer liberación, seguridad, una especie de “sabiduría” y guía, e incluso paz y sanidad. A la luz de tal estado de cosas, surgen preguntas como, ¿todavía tienen sentido las afirmaciones cristianas sobre Jesús de Nazaret? ¿Podría la Navidad ofrecer un recordatorio de buenas noticias de nueva vida y suscitar la esperanza de su realización?
Uno de los versículos más conocidos de la Biblia se encuentra en el Evangelio de Juan (3:16), generalmente traducido al español como: “De tal manera amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna”. Los párrafos siguientes explican el significado de ese versículo dentro del Evangelio y animan a que lo recuperemos como un mensaje especial de Navidad, y como una invitación.
Amor por el mundo entero. Primero está la declaración de un asombroso amor divino que abraza ahora al universo, el cosmos. Y debido a que no hay tiempo en Dios, el amor divino fluye libremente de manera continua en el presente y en Su presencia. Por lo tanto, no es el caso de que simplemente en un momento en el pasado Dios “amó” y “dio”… En segundo lugar, ese amor imposible de medir alcanza a toda la creación. No es solo la humanidad, y ciertamente no solo los cristianos, el foco del amor divino. El mundo natural es tanto el lugar amado de Dios como es nuestro hogar también; es por eso que se nos ha confiado que nos ocupemos responsablemente en el bienestar y la integridad de todo el mundo.
Amor encarnado en Jesús. La característica única y distintiva de la fe cristiana es que la manifestación decisiva de Dios, o revelación, es una persona (no un libro sagrado, ni ninguna otra cosa): “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Juan 1:12) en una coyuntura particular de la historia humana, tal como celebramos en Navidad. Este es el significado central de la encarnación: lo que se puede percibir de Dios encarnado en una vida humana. Así se revela el carácter de Dios, especialmente en la pasión y la compasión divinas. Por lo tanto, podemos imaginar a Jesús como el corazón mismo de Dios. Es debido a su íntima y perfecta comunión con Dios como Padre que le confesamos como el “único Hijo” de Dios.
Amor que espera y da la bienvenida a nuestro compromiso. En el Evangelio, y en el resto de las Sagradas Escrituras, “creer” es mucho más que una mera actividad o proceso cognitivo. Para los cristianos en particular, no se trata de meras afirmaciones religiosas o teológicas sobre Jesús. Creer no es principalmente una forma de pensar, sino más bien de
confiar y amar con el compromiso de seguir a Jesús como el camino verdadero hacia una nueva vida (Juan 14:6). Por lo tanto, afirmamos “Jesús es el Señor” como la revelación de Dios con quien estamos fielmente comprometidos como sus leales amigas y amigos (Juan 15:12-15). Y ese compromiso es la clave para la formación y el crecimiento espiritual, tanto personal como comunitario.
Amor para la vida abundante, eterna. Los comentarios anteriores también implican que estar “perdido”, y la condición de perdición, es estar en un camino equivocado, estar mal dirigido hacia un callejón sin salida (y por lo tanto, “perecer”). En otras palabras, en lugar de una referencia a la vida después de la muerte, o al cielo y al infierno en particular, el Evangelio comunica la oferta amorosa de Dios de vida abundante (Juan 10:10) aquí y ahora. Es el regalo por el que Jesús oró para que sus discípulos recibieran: la vida eterna que consiste en conocer a Dios como Jesús lo conoce (Juan 17:2-3), lo cual es inseparable de amar a Dios, y de vivir la vida que agrada a Dios dondequiera que estemos.
Así es como el Evangelio señala el camino para que vivamos en comunidad, amándonos unos a otros, como Dios nos ama. Aun frente a la confusión y el trauma, que ésa sea la bendita realidad anhelada con esperanza, celebrada con alegría, y compartida generosamente en esta temporada navideña.
Por Daniel S. Schipani, AETH — Navidad 2023