SEGUIR AL RESUCITADO EN EL CAMINO

“Volvieron a Jerusalén…, y contaron lo que les había sucedido en el camino” (24:33, 35)

Aquel domingo, dos discípulos iban camino a Emaús, una aldea que quedaba a unos 12 kilómetros al oeste de Jerusalén. Caminaban confundidos y desesperanzados. Pero, en el trayecto, Jesús resucitado se les une, sin que se dieran cuenta. El diálogo que se da, y en especial las acciones del Maestro, nos brindan algunas pistas que pueden orientar nuestro propio peregrinaje de fe:

• Al Jesús que seguimos es el mismo que se acerca a nosotros en los senderos de la confusión, la duda y la frustración. Su compañía, a veces silente, es también una manera tierna de solidarizarse con nosotros.
• Nuestras expectativas no siempre se corresponden con las circunstancias que nos llegan, y es ahí cuando más necesitamos distinguir la voz del Señor de los ruidos internos y externos.
• Oír la voz del resucitado es lo único que puede hacer arder nuestros corazones gélidos. Su palabra ilumina nuestro entendimiento y nos devuelve el fulgor de la esperanza.
• Oír la voz del Señor nos mantiene en la comunidad de fe y renueva nuestro compromiso con la misión. 

Aquellos discípulos no podían comprender los sucesos de la pasión y la cruz. El testimonio de las mujeres les parecía una locura. Les costaba aceptar que el movimiento iniciado por Jesús Nazareno, “profeta, poderoso en obra y en palabra delante de Dios y de todo el pueblo”, terminara de esa manera.

Nosotros no estamos exentos de sentir, pensar y experimentar lo mismo. Por eso, conviene recordar que, en este tiempo de Pascua de Resurrección, no sólo celebramos la victoria sobre la muerte, el pecado y todas las opresiones; no sólo afirmamos nuestra esperanza en un futuro glorioso. También recordamos que el resucitado camina con nosotros todos los caminos de esta vida. ¡Que su voz y su presencia nos alienten!